lunes, 8 de abril de 2013

Dos tristezas entre disfraces.


Había una fiesta de disfraces en toda la ciudad, me cruzaba con personas disfrazadas de animales, monstruos, y de cualquier otra cosa. Iba a haber como un festival o una ceremonia, donde uno miraba había decoraciones y personas en constante movimiento. Todos estaban felices. Yo también tenía mi disfraz, aunque yo no quería disfrazarme.
Yo tenía un auto, era de color gris, dos puertas, muy bonito. Pasé a buscarla. Yo sabía que ella estaba mal. Yo sabía que ella estaba triste, porque me había dicho anoche, antes de que yo me acostara a dormir. Y creo, que por eso ella estaba ahí, conmigo. Nos fuimos al supermercado, me dijo que le preste dinero y entonces le di lo que tenía. Comprar la distraía, accedí por eso, porque al menos no lloraría mientras estuviera ahí. Era mi ahorro y soy tacaña, pero fue una excepción, no me importó. Me pidió que buscara más dinero de su casa. Me fui a buscar con mi auto, me bajé y cuando volví con el dinero hacia el auto me di cuenta de que lo había dejado con el motor encendido y la llave puesta. Me angustié porque pensé que sería una gran pérdida si me lo robaban.
Entonces para regresar yo ya no sabía en donde estaba, todo el lugar se me hizo desconocido. Empecé a desesperarme, porque ella me estaba esperando y ya estaba oscureciendo, el festival empezaría pronto y yo tenía que asistir. Me perdí, y en lo único que pensaba era en que no quería decepcionarla, no cuando en un momento tan difícil para ella yo podía hacer la diferencia y hacerla sentir bien. Además de que ya estaba harta de ser fracaso. Seguí buscando el camino y seguí perdida. Empecé a pensar en desistir. Pero no quería escuchar su regaño, no quería oler su decepción. Seguí buscando y de repente encontré el lugar. Fue un gran alivio. Le di aquello que me pidió y entonces salí a esperarla afuera. Ya estaba oscuro, el supermercado estaba cerrando. Me senté en el peldaño. Aparece una joven, me habla. Dos minutos después sale ella y nos vamos en mi auto.
Al llegar a mi casa, busqué mi disfraz. Encontré entre mis cosas su cajita de metal, y su barba que me probé. Me reía mientras me miraba en el espejo, y me preguntaba cómo se vería él sin su barba. Me disfracé, no sé de qué. Tenía flores, muchas.
Seguí a una multitud y de repente estábamos en la oscuridad, en un sendero fino y largo. Voy a morir aquí; pensé. Me agarre de la túnica de la persona que iba en frente para no perderme. Estaba oscuro, tan oscuro que no se veía nada. Negro. No te sueltes, no te sueltes, no te sueltes o aquí te mueres; pensaba mientras caminaba rápido agarrando el pedazo de tela. Al fin una luz, ya estábamos en el lugar del festival. Y me acordé de ella, necesitaba saber de ella, si no estaba pensando en suicidarse. Había mucha gente, mucha distracción.
Estaba ahí al  fin con ella, íbamos a dormir juntas, era lo que yo más ansiaba, pero a pesar de tenerla a mi lado sabía que se iría pronto, tal vez en una semana, mañana o en ese preciso momento, me sentía insegura y triste al mismo tiempo. Yo no quería que ella se vaya, al menos no con él. La miré, y ahí estaba ella, ordenando su vida tan miserable como siempre, sentía su angustia y como se ahogaba en la mierda que la rodeaba por dentro. Sólo quería abrazarla pero mi frialdad no me lo permitió, pero le dije que la quería. Podía sentir que compartíamos una gran tristeza juntas, y eso nos unía.

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