Llegó mi amada hermana con su enorme panza, y yo me emocioné
tanto al verla, corrí y le abracé y le besé mucho y por último miré su panza
y le dije:
-¿Puedo tocarla?
-Hum… si – me respondió.
Le acaricié y me sorprendí cuando sentí que el bebé se movía,
sobresaltada le levanté descontroladamente la remera y vi entonces que se movía
la piel. Ella no pudiéndome atajar se deja, y cuando le levanté toda la remera
y toda su panza quedó descubierta, note que el bebé se hacía mas y mas visible.
Hasta que quedó el bebé descubierto y sólo su pequeño estómago quedó pegada adentro
de la panza de mi hermana. Sorprendida le arranqué al bebé y ella angustiada me
dijo que se tenía que despegar solo, explicándome que los riñones no se habían
desarrollado en su totalidad, que uno de los riñones quedó dentro de ella y el
bebé no sobreviviría.
No sabía qué hacer, oscureció y ya no estábamos juntas. El
bebé se había perdido y tenía que encontrarlo, a él, a sus riñones, que mi
hermana había echado y guardado en una cajita especial.
Empecé a desesperarme, a correr por todos lados buscando a
mi hermana que se sentía tan mal porque su hijo perdido dependía de una cajita
también perdida. Ya no tenía esperanzas, se quería suicidar.
Después de buscarla por todos lados y no hallarla, encontré
a unas personas que dijeron que habían encontrado al bebé, pero que este
moriría rápido sin sus riñones. Busqué a mi hermana llorando, quería decirle
que solo teníamos que encontrar la cajita en donde estaban los riñones.
Al fin, la encontré. Pero ella corría de mí. Le empecé a
gritar, a decirle que fue mi culpa, que me perdone. Dejo de correr, se echó
caer y empezó a llorar amargamente, le alcance y le quise abrazar pero no me
dejó. Volví a pedirle perdón, le dije que me sentía mal por ello, que todo fue
mi culpa, entre sollozos le dije que encontramos a su hijo. Se seco las lágrimas,
me miró y sonrió. Saco de su bolso la cajita. Nos echamos a correr para el
hospital en donde estaba su hijo. Ella feliz y yo sin culpa.
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