Sube al bus y sorprendida porque estaba vacío se sienta. Solía
venir lleno y le esperaban dos horas de viaje parada después varias horas de
trabajo. Ya tranquila abre la ventanilla y se recuesta por ella. Piensa. Mira
sus brazos, llenos de cicatrices y hematomas, de cuanto se odiaba a sí misma
para dañarse hasta por fuera; por dentro estaba muy dañada ya. Antes, la describían
como la tranquila, la chica llena de paz, ahora sin embargo, es la chica
agresiva, la que odia todo de sí misma y de todo el mundo. El bus va un poco
despacio y eso la irrita. Sigue pensando. Tiene miedo, miedo de ser una mala
madre. Tiene poca paciencia o simplemente no puede decir <>,
dos razones que para ella son suficientes para ser una mala madre, persona o lo
que fuera. Pero aun así, su deseo de ser madre no muere, ni un poquito. También
tiene miedo de ser él, de fracasar junto a él y entonces su sueño de sentarse a
tocar el piano para él mientras éste cocina para los tres desaparece por un
instante, y le frustra.
Le distrae un pasajero que sube, un señor con una piel
oscura y los ojos deformes. Disfruta la brisa por su cara, respira fuerte. Inhala
y exhala. Recuerda así a unos de sus psiquiatras que le aconsejó que haga eso
de inhalar y exhalar profundamente para mejor obtención de oxigeno en el
cerebro y así poder pensar con mejor claridad. Y se acordó de los muchos consejos
que sus varios psiquiatras le daban para que no se haga daño. Por supuesto, ningún
consejo tomó en cuenta.
Se dio cuenta que los músculos estaban tensos y trató de
acomodarse. Mientras, se preguntaba por el regalo que podría hacerle a su mamá,
que tenía que ahorrar y que no podía fallarle. Pero pensó que siempre sería una
decepción, nunca pudo ser ni si quiera una buena estudiante cuando solamente
tenía que ser una estudiante. Decepción tras decepción, eso es lo que era y
sigue siendo.
Se propuso entonces que se esforzaría en no ser mas una decepción,
ya cerca de su casa y con una mente ya cansada de pensar, observó a las
personas que seguían en el bus. Una señora leyendo el diario y a lado su hijo
que se recuesta por su hombro derecho. Un hombre hablando con el chofer, una
adolescente con zapatillas raras, personas atrás de ella murmurando y de
repente un rasguño en su cuello, fue lo último que sintió.
Un demente terminó cortándole el cuello, y la sangre color
rojo igual a sus delicados cabellos se derramaba y recorría el piso mientras el
espanto atrapaba a todos.
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